Si nos detenemos y observamos a nosotros y a las demás personas, veremos que por lo general, la vida está dedicada al trabajo y la familia, con esfuerzo, por buscar la aprobación de los otros.
El esfuerzo por la búsqueda de aprobación, tal vez sea un proceso consciente y la mayoría de las veces inconsciente.
Buscamos ser reconocidos, queridos, valorados, aceptados.
Sea por lo que hacemos, por lo que sentimos, por lo que pensamos, por lo que decimos, siempre están presentes como motivo subyacente, esas necesidades.
En eso consiste fundamentalmente nuestra vida, en esa búsqueda constante.
Podremos decir que también buscamos realizarnos como individuos, que buscamos seguridad, que buscamos nuestro lugar en este mundo, tan superpoblado e inseguro.
Todo esto es cierto, pero al hacer la tarea diaria, con una carga de implicancia psicológica, al estar la tarea teñida por la necesidad de valoración, hace que esas búsquedas se conviertan en un esfuerzo, en una lucha, con un profundo desgaste tanto físico, como psicológico.
Ponemos toda nuestra energía, atención y tiempo, al trabajo, con la carga añadida a la tarea en sí misma de buscar a partir de ella la valoración, sea como ama de casa, o sea como un profesional, como empleado, como empresario.
Todo esto lo vemos como lo más normal del mundo, por más que en ciertos momentos nos sentimos agobiados, des-energizados, frustrados, ahogados.
Por ejemplo buscamos la aprobación:
– cuando exponemos nuestras ideas y opiniones delante de otros
– buscando tener objetos materiales de buena calidad o novedosos o costosos o llamativos o en cantidad.
– buscando tener el cuerpo esbelto y atractivo
– mostrando nuestras capacidades
– mostrando el poder o influencias o relaciones que tenemos
– ayudando o estando pendientes de los demás
– trabajar por demás, con exceso de horas o de intensidad en la tarea
– intentando ser alegres, ingeniosos, famosos, sociables, comprensivos, bondadosos.
Con estos ejemplos, no estamos diciendo que es un conflicto ayudar al prójimo, trabajar, o lo que sea, el conflicto es la carga que lleva la acción, carga de una expectativa de encontrar a partir de ella una gratificación psicológica, como la aprobación, valoración, aceptación y por sobre todo ser queridos.
Lo que es interesante ver y descubrir en uno es: ¿Qué genera esa carga a la tarea que desarrollamos cotidianamente?
Si uno duda, no aprueba, ni desaprueba nada, e inquiere en las razones de porqué pensamos lo que pensamos, o por qué sentimos lo que sentimos o porqué hacemos lo que hacemos, porqué decimos lo que decimos, puede ser que descubramos que esa energía se pierde sin encontrar los resultados anhelados.
También podremos ver que aunque los resultados los encontremos, (ser queridos, valorados, reconocidos), la sensación de satisfacción dura lo que dura el vuelo de una mosca.
Es decir que podemos darnos cuenta que es como intentar llenar un recipiente sin fondo, porque por más esfuerzo que hagamos nunca encontraremos una satisfacción perdurable.
Los resultados son efímeros en el tiempo.
También existe la posibilidad de no llegar a encontrar el resultado anhelado, en ese caso, nos cargamos con frustraciones, enojos, sufrimiento.
Lo llamativo es que por más que muchas veces lo pudimos constatar, seguimos inmersos en la acción con la búsqueda de un resultado.
¿Qué pasa que no podemos parar, y a partir de allí, cuestionar, investigar, dar la posibilidad de re-ver nuestras actitudes?
¿Es que nos da miedo, dejar al descubierto nuestra forma de funcionar en la vida?
¿El miedo es porque quedan al descubierto razones no agradables, cuando despojamos a la observación de justificaciones, y de las razones loables que podamos esgrimir?
¿Qué queda en nuestra conciencia, si las razones conocidas las descartamos, cuando investigamos, para dar lugar a una comprensión no condicionada, donde puedan emerger razones nuevas, ignoradas, ocultas, o inconscientes hasta ese momento?
¿No será que nos queda un vacío existencial, o un hueco afectivo, o un dolor muy enquistado, que tal vez sean los motores de todo aquello que pensamos, sentimos, hacemos, decimos?
Sí llegamos a este punto, cuando observamos lo que somos y lo que hacemos, ¿podemos quedarnos vivenciando hasta sus últimas instancias esas carencias, ese dolor, ese vacío?
Si no lo hacemos, volveremos a lo de siempre, el esfuerzo por intentar llenar un cuenco sin fondo.
¿No será la posibilidad de encontrar un estado de libertad interior, el quedarnos hasta el final, cuando vivenciamos nuestros conflictos?
¿O será que no queremos observar lo que somos y nuestras conductas para no asumir nuestros conflictos y preferimos vernos como personas muy nobles, por el esfuerzo que realizamos?
Es como el título de una película de Win Wenders: “Tan Lejos y Tan Cerca”.
Está tan cerca la liberación, cuando abordamos nuestra realidad, como tan lejos cuando damos curso a nuestras resistencias interiores inconscientes.
No creo que sea un tema de decisión, ¿porqué quien decidiría qué?
El que quiere cambiar “es el conflicto” en sí, aquí no hay un objeto y un sujeto, somos lo que decimos, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos.
Somos toda una sola entidad, no hay una parte de uno que pueda actuar sobre la otra.
De haber un cambio, tal vez se genere al ser, sin desdoblarnos, lo que somos, o sea personas que se evaden de sus carencias, de su vacío existencial.
Somos la carencia, somos el vacío, somos la evasión. En el instante que ello ocurre, no somos otra cosa.
¿Podemos quedarnos con esa sensación y nada más?
Llevar una vida sin esfuerzo, con libertad interior, es dar lugar al amor sin motivo, sin búsqueda de resultados, a la creatividad, a la acción ordenada, equilibrada.
¿Acaso no hay amor y plenitud, cuando realizamos nuestra tarea diaria sin la búsqueda de un resultado?
¿Qué hay más importante en la vida, que trabajar por descubrir la posibilidad de vivir en libertad y por ende sin esfuerzo, sin buscar llenar nada?
¿Si hay libertad interior, no está lleno nuestro corazón o mente?
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