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¿Por Qué No Cambio? ¿Qué Me Impide Cambiar?








Sugerimos leer esta nota con tiempo, tal vez imprimirla, ir leyéndola de a poco, dejar que conceptos que resulten difíciles de comprender se vayan incorporando lentamente y que la comprensión total no sea teórica, intelectual, sino vivencial. De esta manera el cambio se genera en el momento del darse cuenta y tal vez durante la lectura misma.

Las formas que un ser humano tiene de manifestarse


En el ser humano se expresan variedad de pensamientos, sentimientos, sensaciones, acciones y frente a esto se suelen adoptar distintas actitudes.

Una de las formas, puede ser, que frente a un cierto pensamiento, sentimiento, sensación o a una acción determinada, la persona no la tome en cuenta, es decir no se tenga un juicio ni de aprobación ni de rechazo, se la considere normal, incluso no exista ningún tipo de análisis; serían aquellas formas de ser socialmente tomadas como normal, como algo habitual.

Otra actitud es la de reaccionar aprobando, ponderando; se considera a la forma de uno de manifestarse, como algo noble, altruista, meritorio; la persona puede llegar a enorgullecerse frente a cierta expresión de su propia persona.

Y la última forma de reaccionar sería rechazando lo que le sucede, deseando que eso no ocurra, deseando cambiar. Esto puede ocurrir, porque tal vez, lo que la persona siente o hace, sea algo socialmente reprobado, visto como malo, o porque ella misma no está bien consigo misma frente a su forma de ser y actuar.

La desaprobación y el deseo de cambiar advienen cuando la persona se siente molesta frente a una forma determinada de expresarse.

Cuando no hay desaprobación, ni se siente incómoda frente a determinada forma de ser o actuar de sí misma, no existe la necesidad de cambio, por más que sus actitudes sean algo perjudicial para si mismo o para los otros.

Por ejemplo, puede ser que la persona se sienta cómoda fumando, esto le de un gran placer, no le incomodan los eventuales perjuicios físicos y psicológicos que le genere el tabaco y en ningún momento deseará cambiar dicho hábito ya que se sentirá muy complacida de tenerlo.

Otro ejemplo de lo mismo puede ocurrir con una persona que siente un odio muy fuerte hacia otros grupos humanos, por razones de diferencia de raza, o diferencia de religión, o por diferencia de nivel económico. Esa persona tendrá todo un bagaje de argumentaciones justificando dichos sentimientos, y no le genera ninguna culpa cometer acciones violentas, incluso tal vez, por el contrario éstas sean valoradas por él mismo y su grupo, como acciones valiosas.

Con esto estamos diciendo que el ser humano reacciona frente a lo que piensa, siente y realiza de acuerdo a su condicionamiento.

Los juicios que la persona tiene, sean éstos de aprobación o rechazo, son subjetivos, porque dependen de su cultura, tradición, creencias específicas, las que normalmente no se cuestionan y están cargadas de elementos falsos y verdaderos.

En todo comportamiento social hay valores y conflictos y ellos van formando parte de nuestras formas de vivir, que la mayoría de las veces no son cuestionadas, ni puestas en tela de juicio, porque de lo contrario se rompería la estructura de una forma que identifica y da fuerza a un grupo de personas o a toda una sociedad.

También los condicionamientos que una persona determinada tenga se habrán ido incorporando en el transcurso de la vida,  a partir del tipo de hogar en el que nació, como fueron sus padres, como fue el parto, si recibió afecto o no, el tipo de alimentación con que fue creciendo, la educación que recibió en la escuela, el entorno social que tuvo, la época que vivió, condicionamientos astrales en el momento de nacer y ser concebido, los problemas sociales, políticos, económicos del lugar en que se crió, la situación económica del hogar en el que nació y fue creciendo, el clima de la región que habitó.

Todo lo enumerado y muchos factores más van conformando y condicionando una forma de pensar, sentir, actuar, y frente a ellas surgirán en distintos momentos de una vida diferentes reacciones.

Lo que en la juventud se puede haber visto como bueno, en la madurez puede haber resultado conflictivo; lo que en un momento también es visto como una virtud, puede pasar a ser visto como un conflicto. Por ejemplo una persona trabaja en exceso y de imprevisto sufre un infarto, se recupera de ello, pero en los momentos vividos toma conciencia de la poca importancia que le dio a su persona y a la vida toda, sobre-valorando el trabajo. Es decir que frente a una situación límite, los valores cambian y aquello que era visto como bueno pasa a ser visto como negativo.

El conflicto


En el ser humano se manifiestan un sin número de situaciones que le resultan conflictivas. En el transcurso de una vida una persona siente dolor, envidia, penas, celos, ira, culpas, frustración, dolor, violencia, competencia, afán de poder, egoísmo, inseguridad, desvalorización, apatía, desilusión, ansiedad, vacío, angustia, tristeza, depresión, sensación de discriminación hacia otras personas, exceso de responsabilidad, falta de amor por sí mismo y por los demás, etc.

Muchas de estas manifestaciones tienen que ver con formas de funcionar en la vida, con modos de ser, con formas de pensar-sentir-actuar,  formas que no se cuestionan, que se toman como normales, que socialmente son vistas a veces como buenas. Por ejemplo el sentimiento de patriotismo, no aquél que implica el amor por la tierra donde se vive, sino la identificación con símbolos patrios, tradiciones, cultura particular.

Esa identificación genera una división entre los seres humanos, están los que “son argentinos” y los que “son chilenos”; al sentirse una persona diferente a la otra por ser de distinta nacionalidad, se ve inclinada a defender lo suyo. Esa división puede generar guerras, muertes, dolor. El sentimiento de querer defender lo propio está imbuido de violencia. El patriotismo o nacionalismo, por lo general están vistos como algo bueno, noble, valorable.

Lo mismo ocurre con el sentimiento de competencia, el querer ser mejor, más bueno, mejor persona, mejor funcionario.

Ese querer ser mejor, comparándome con otro, es otra forma de generar conflictos en la vida, pues genera divisiones, ansiedad, desamor, lucha.

La comparación inexorablemente genera sentimientos de sentirse más y menos que otros. El sentirse más, va formando una estructura egoica, generando soberbia, arrogancia, hasta que un día la persona se encuentra con alguien que muestra un centro egoico mayor, surgiendo ahí un estado de inseguridad. Es decir que el sentirse más conlleva la posibilidad latente de sentirse menos en cualquier momento.

El que se siente menos producto de la comparación, será una persona insegura, sin fuerzas para encarar los desafíos de la vida, sin creatividad.

Por lo tanto la actitud de compararse es en si misma generadora de conflictos.

Estamos diciendo que los conflictos surgen en la persona cuando siente que hay algo que no le agrada, o que ve que no agrada algo suyo a los demás.

Todos los conflictos tienen como motivo el no cuestionar las formas matrices de manifestarse del ser humano, el no hacer cuestionamientos profundos, el no ver porqué a uno le pasa lo que le pasa, el no realizar un cuestionamiento a los valores y normas sociales. También el conflicto tiene su forma matriz en la no aceptación de la realidad que a uno le toca vivir, en la no confianza en los procesos naturales de la vida y en la no confianza en las propias habilidades.

No es lo habitual que las personas se observen, investiguen, duden de cosas que sienten, piensan o hacen. Esto es justamente, porque tal vez de esa duda, de ese observar e investigar porqué en uno ocurre lo que ocurre, puedan llegar a darse cuenta que ciertas formas de vivir son las que conducen a desequilibrios en la vida, y en ese caso habría que cambiar. Y cambiar es un reto, es un trabajo, por lo cual a veces se prefiere seguir con lo conocido que dar lugar a lo nuevo (“mejor malo conocido que bueno por conocer”).

Cambiar asusta, da miedo, se teme sentirse aislado del resto.

Es muy fuerte la necesidad de sentirse parte del rebaño, el placer de pertenecer a grupos.

Por más que uno forma parte del rebaño y pertenezca a grupos, se siente solo y aislado, separado del resto. Esta dicotomía de querer estar en grupos para no sentirse solo y no obstante, sentirse solo igualmente, tiene que ver con la dependencia hacia los otros.

El necesitar de los otros hace que uno termine sintiéndose solo.

El ser un ser independiente de los otros y de las cosas, hace que se esté en comunión con los otros.

El querer cambiar


Cuando una persona siente o ve en ella algo que le desagrada, desea cambiar, desea modificar esa actitud; tal o cual pensamiento o sentimiento. Pero resulta que muchos de esos cambios no se concretan, a veces sí hay cambios, en las formas, pero no hay un cambio radical que involucre a los motivos subyacentes, al contenido profundo que sustenta un conflicto, que son sus raíces.

En general el ser humano se interesa en modificar aquello que le molesta, no es que hay  interés por auto-descubrirse, por conocerse, por sacar a luz todo el entramado que tiene cualquier estado, por desarmar la estructura de una forma que da origen al conflicto y a la enfermedad física.

En general solo se quiere eliminar aquello que perturba, no se quiere cambiar esa forma matriz, esos paradigmas desde donde opera una persona que son los generadores de conflictos.

El cambio radical ocurre cuando uno se permite develar todos los contenidos, la estructura, el entramado, que tiene cualquier manifestación.

Cuando hay cambio radical las manifestaciones no son el problema, sino las formas que les dan origen.

Por ejemplo, si una persona es celosa, el problema no son los celos, sino tal vez el deseo de “ser”, es decir, de ser reconocido, valorado. El problema es el estar centrado en si mismo, el funcionar desde un autocentramiento.

Esas pueden ser las razones matrices para los celos, y encarando las raíces, los celos, que son el síntoma, tal vez no afloren más.

También es interesante investigar cual es el interés que uno tiene en la vida, dónde está puesta la atención.

Si uno pasa la mayor parte del tiempo pensando en como generar dinero, en tener poder, en tener amistades, en entretenerse, en la búsqueda de placer, esto significa que lo que a uno le importa es todo aquello, que uno “es aquello”, ya que uno “es” lo que piensa y lo que siente.

Para que haya un cambio radical es necesario poner en primer lugar la atención en el conocimiento de uno mismo.

La posibilidad de conocerse surge a partir de darse cuenta que la vida tiene sentido al estar en armonía y paz con uno mismo. Que las relaciones, el trabajo, la familia, tienen su lugar y pueden funcionar en orden cuando uno está bien con uno mismo. De lo contrario, si se está disconforme con lo que se “es” y con lo que a uno le acontece, lo otro también estará en conflicto.

Para que se produzca el cambio hay que tener el interés, la pasión, el fervor por entender todos los aspectos de uno y todo el entramado que hay entre las sensaciones físicas y psicológicas, los sentimientos, los pensamientos y las acciones.

La posibilidad de conocerse y de abrir las puertas a lo nuevo, al cambio, adviene cuando descubrimos que nuestra atención está solo puesta en lo inmediato, en la búsqueda de seguridad, en la búsqueda de placer, en la búsqueda de ser reconocido y valorado. Al descubrir todo aquello, que es lo que “es”, lo que realmente sentimos y pensamos, nace espontáneamente un interés por conocer esa entidad que es uno mismo.

La seguridad es básica para cualquiera, aquella que se refiere al albergue, la comida, la ropa y todo aquello que tenga que ver con una vida digna.

La seguridad psicológica no existe, dado que todo es impermanente en la vida, por lo tanto, la búsqueda de la seguridad es motivo de sufrimiento y frustración.

La seguridad psicológica surge cuando no se la busca.

El aprender a vivir vulnerable, expuesto a los desafíos que la vida tiene, es lo que da seguridad, sabiendo que todo lo que acontece son maravillosas oportunidades para auto-descubrirse y madurar, estar mejor plantado frente a la vida, siendo flexible y firme a la vez.

Ahora iremos examinando las diferentes razones que impiden el cambio, se irán tratando sin que el orden responda a ninguna valoración particular.

La energía


Para encarar cualquier cambio es fundamental tener energía, energía natural, una energía sin motivo, no producto de estimulantes o del mismo conflicto.

La energía producida por el conflicto es aquella que nace a partir de la ambición, de la necesidad de ser, de poder, de la búsqueda de afectos y reconocimiento. También el miedo genera energía cuando por él buscamos seguridad, protegernos.

Esos sentimientos y muchos otros generan energía, pero es una energía falsa, de poca duración y dependiente del sentimiento que la generó. Así como ciertos sentimientos generan energía también la obstaculizan, la traban y la agotan.

En cambio, una energía natural, sin motivo psicológico, es aquella que se tiene, producto de una vida ordenada. Esta energía estará disponible para encarar la vida con una importante cuota de atención y sensibilidad frente a lo que va sucediendo, a lo que se va expresando, a los desafíos que surgen. Esa calidad de energía es la que permitirá el cambio radical que se busca.

Para que este tipo de energía surja, es fundamental tener una alimentación ordenada, basada en principios y leyes de la naturaleza. Una alimentación natural, sin excitantes (café, té negro, hierba mate, azúcares, gaseosas, drogas, carnes), ni químicos; una alimentación que genere alta sensibilidad y fortaleza, buen tono vital y sobre todo salud. Habiendo salud, habrá energía, por lo tanto tendrá que ser una alimentación que prevenga y resuelva todo tipo de enfermedades.

La actividad física y actividades expresivas, realizadas diariamente, también son básicas, para tener un buen tono vital y sensibilidad.

Lo mismo sucede con el contacto con la naturaleza. La naturaleza nos llena de energía, sensibilidad, armonía, belleza.

Algo importante y sutil es como la naturaleza nos acerca a la posibilidad de encontrarnos con nosotros mismos, con nuestras realidades. El silencio y los sonidos armoniosos, que existen cuando uno se encuentra en un bosque, en un sendero de montaña, a la orilla del mar, nos ayudan a conectarnos con lo más profundo que hay en uno.

La alimentación natural, la actividad física, las actividades expresivas y el contacto con la naturaleza también cumplen una función importante, al ayudar a desbloquear zonas corporales donde se localizan ciertos conflictos. Todo lo anterior ayuda a liberar y a tomar conciencia de zonas del cuerpo donde se encuentran incrustadas celularmente actitudes y formas de funcionar que nos llevan al conflicto.

El estar horas frente al televisor, o navegando por internet, el dedicar gran parte del tiempo al trabajo y el resto a algún tipo de entretenimiento, el pasarse horas dialogando con otros sobre otros o sobre las cosas que a uno le suceden, todo va embotando la mente, la insensibiliza, la adormece, lo mismo si se toman sedantes para el sistema nervioso, en ese estado es poco y nada lo que se pueda percibir sobre causas profundas de nuestros pesares.

Con todo esto estamos diciendo que si se busca un cambio, es necesario generar energía y  sensibilidad que lo permitan, de lo contrario será una tarea infructuosa.

Responsabilizar a otros


Muchas personas pueden afirmar que son concientes que la responsabilidad de todo lo que en ellos ocurre es propia, sin embargo existe un fuerte condicionamiento social a poner dicha responsabilidad afuera.

Puede suceder que uno crea o sienta que son los padres los que han hecho que se sea de cierta forma; que es la sociedad, o la empresa en la que se trabaja, o la pareja, o algún familiar cercano.

Cuesta a las personas hacerse cargo de sí mismas, sentir que es uno el que ha dado lugar a que se expresen ciertos sentimientos, pensamientos o actitudes. Hacerse cargo de sí mismo, en principio, genera un sentimiento de inferioridad. Como en general existe la sensación de desvalorización, por más segura que la persona se sienta en la franja de la vida que transita con mayor asiduidad, en ciertas ocasiones o en ciertos aspectos se siente insegura. Es por ello que le resulta difícil hacerse cargo y le es más fácil responsabilizar a otros, de esta manera evita sentirse menos.

El poner la responsabilidad afuera es una conducta ancestral.

En ciertas ocasiones, algunos factores psicológicos son los que llevan a las personas a generar revoluciones, manifestaciones sociales, revueltas. Puede ser que esto ocurra porque se siente que la responsabilidad por lo que les sucede la tienen otros.

No obstante es claro que aquellos que tienen poder, ya sea dirigiendo empresas o gobiernos, tienen responsabilidad sobre el acontecer de las personas, y muchas de las decisiones que toman, afectan directa o indirectamente la vida de los otros.

Lo importante es ver en qué medida una persona puede no sentirse afectada por las acciones y decisiones de otros, por más que sean adversas para ella.

Si se hace cargo y se siente responsable por lo que le acontece en su vida toda, sabrá dar las respuestas menos conflictivas y discernirá que hay de propio y de ajeno en los diferentes desafíos que se le van presentando.

El responsabilizar a otros es un gran escollo en la posibilidad latente que todo ser humano tiene de cambiar, de resolver aquello que lo perturba, que lo limita.

Si es que otros tienen alguna responsabilidad en relación a algo que le sucede, tendrá que dejar que de eso se hagan cargo los otros. La persona tendrá que hacerse cargo acerca del porqué fue afectada por una forma de actuar o sentir del otro.

Cuando uno se hace cargo íntegramente de lo que le concierne y deja a los otros lo que es de los otros, es dónde comienza la transformación.

Es decir que si a una persona alguien le hizo una acción incorrecta, ella tendrá que dejar para el otro lo que le es propio, y ella investigar porqué fue afectada.

Tal vez pueda ver que el otro cometió un acto de desamor, de violencia, de competencia, y esto le genera una sensación de soledad, de sentir que no cuenta con el otro, que éste no lo quiere, y por ende una sensación de desamparo.

Si la persona sigue responsabilizando al otro por lo sucedido y no ve, no investiga lo que le sucede a ella, no hay cambio.

Si por el contrario ve la violencia o lo que fuere del otro, pero también ve su necesidad del otro, la dependencia, el vacío propio y encara esos sentimientos, la acción del otro pasa a un segundo plano, ya no es lo que importa, sino lo suyo, que es su fragilidad y necesidad.

Por lo tanto para que suceda el cambio, hay que empezar por desechar el poner la energía en responsabilizar a los otros por lo que a uno le sucede.

Esa energía no enfocada en el otro, será un aliado provechoso para poder verse uno mismo.

Esperar de otros


Es común que la persona que se ve afectada por algún tipo de conflicto, recurra a pedir ayuda a otros.

En determinadas situaciones, dónde la persona se siente desbordada, sin encontrar salida, o con patologías severas, tiene su lugar, la presencia de un buen terapeuta, quién actuará de espejo, ayudando a la persona a liberarse de la necesidad de ayuda, mostrándole con paciencia y ternura que en ella misma están las herramientas para que encuentre su equilibrio. El terapeuta no dará consejos, porque éstos terminan siendo proyecciones; cada uno tiene que ir sabiendo que es lo mejor para uno.

A lo que estamos haciendo referencia en este punto, es a aquellas situaciones conflictivas que se nos presentan habitualmente, incluso a situaciones a las que le damos poca importancia y frente a ellas existe la tendencia a buscar afuera lo que tal vez se pueda resolver por si mismo.

Tratar de resolver por sí mismo genera una mayor autonomía, no dependiendo de lo que otros interpretan y a veces aconsejan. Esta autonomía a la persona la fortalece y la prepara para otras situaciones que se le presenten, las cuales pueden ser hasta de mayor importancia.

También en ese esperar de otros, hay una actitud de indolencia, de trasladar la solución a otras personas, que a veces no es un terapeuta sino un familiar, amigo, un dios en particular, un santo o tantas otras cosas en las que se pone la esperanza en que las cosas cambien, a partir de lo que otros hagan por uno.

En ese esperar la persona está pasiva, actúa como espectadora y no actora de lo que ocurre en su vida, con la esperanza en un futuro distinto gracias a la obra de otros. Ese vivir esperando es motivo de frustración y por ende de dolor.

La solución de todo lo que nos sucede está dentro de nosotros, no afuera. No es necesario ser ningún erudito, ni especialista en nada particular, es solo poner el interés en ver dentro de uno, sin esperar nada de afuera.

El esperar, es una forma de no hacerse cargo, se siente que uno “no puede”, “no sabe” como salir del problema.

Como hemos dicho anteriormente, en ciertos momentos y ciertos estados será real el no puedo; pero para una persona normal, con un estado psíquico normal, ese “no sé y no puedo”, por lo general, son formas de transferir el trabajo a otro.

Para que haya un cambio es vital que uno se encuentre consigo mismo en soledad, sin apoyos, ni muletas. Éstas serán un impedimento para el cambio radical.

Cuando la persona se enfrenta sola consigo misma sin depender ni esperar nada de nadie, habilita los resortes para el cambio.

El juicio


El juicio, el rechazo, la culpa, el enojo con nosotros mismos, la negación que hacemos sobre aspectos de nuestra persona, tiene efectos conflictivos. Por un lado le da fuerza a lo expresado, lo potencia ayudando a instalarlo, a perpetuarlo, sea un sentimiento, una sensación, un pensamiento, una acción o una manifestación de nuestro cuerpo.

Por otro lado el juicio impide que se produzca una vivencia que lleve a un estado de comprensión, vivencia que posibilita el emerger de los motivos subyacentes, ocultos, incrustados  en cada célula de nuestro ser.

Por lo tanto al hacer un juicio o tener un sentimiento de rechazo hacia lo que se manifiesta, no se da lugar, no hay espacio para que se exprese, se manifieste, se develen sus contenidos ocultos, su entramado con otras cosas. De esta forma se corta la vivencia, el sentir, y lo que sucede es un proceso intelectual, racional, a partir del juicio. Se comienza, entonces a argumentar sobre el hecho y este mecanismo hace que queden en capas inconscientes sus razones. Esto a su vez genera que el conflicto se repita de por vida, a lo sumo con cambios en la superficie, cambios en las formas pero no en los contenidos, sin que las raíces de ello salgan a luz y mueran, y de esa manera dejen de operar en uno.

Otro problema que genera el juicio, es que a partir de él, nos dividimos. Al dividirnos, pareciera ser que se generan dos personas; por un lado aquella que manifiesta tal situación y otra que anhela ser el opuesto, siendo las dos partes uno mismo. Pero al haber dos partes en pugna, hay lucha, desgaste físico y psicológico, generando un estado de alienación, porque parece ser que son dos personas con deseos opuestos que anidan en una sola.

Un ejemplo de esto puede ser el de una persona que tiene compulsión por la comida, buscando placer en ella. Esa persona se regocija cuando come, lo disfruta totalmente. En ese instante no piensa en otra cosa más que en el placer que le da el comer. Luego surge la otra, la que anhela verse delgada, con otro cuerpo, la que rechaza sus rollos,  se siente enojada consigo misma culpándose por verse gorda, rechazando también el acto de la compulsión y el verse presa de la búsqueda de placeres.  Esa división que hay, como dijimos, solo hace ahondar la condición, en este ejemplo: la compulsión por la comida.

Si lo que se expresa es un miedo a algo en particular, la persona comienza a hacer un juicio, no se acepta a sí misma sintiendo ese miedo y a partir de allí comienza una lucha frente a esto, intentando vencerlo, cambiarlo, modificarlo, como si ese miedo fuera algo externo, algo que se le introdujo. Lo que ocurre en la persona es un desdoblamiento, una escisión entre lo que “es” y lo que “debería ser”, es decir entre la que siente el miedo, que es el hecho y la que desea no tenerlo, es decir, ser alguien libre, con coraje.

A partir del juicio comienza un proceso de racionalización, de análisis donde persiste y se agudiza la división entre el que analiza y lo analizado, siempre como cosas diferentes.

Los cambios que se producen en esos estados son parciales, relativos, dado que la persona que enjuicia un estado anhelando otro, es la misma que lo expresa. Por lo tanto el cambio que produzca será fruto de ese rechazo, y ese nuevo estado tendrá los gérmenes del anterior, por ser el opuesto, y no un estado nuevo al que se arriba habiendo dejado antes que emerjan las raíces del estado original y mueran dejando de operar.

La dualidad que se origina a partir del juicio, es un enorme desgaste energético, dado que hay dos partes antagónicas, lo que “es”, lo que se manifiesta, que es el hecho y lo que “debería ser”, que es una idea, una abstracción; esa dualidad es motivo de lucha entre partes, viendo quién vence a quién. En momentos gana una parte y  en otros la otra, generando satisfacciones y penas, también frustración por ver la continuidad de ese estado conflictivo que se rechaza. La frustración es motivo de dolor y violencia.

El vivir cotidianamente en ese estado de división y lucha entre lo que se expresa y lo que se anhela es motivo además de una desarmonía psicológica con posteriores desarreglos físicos que pueden llevar a todo tipo de dolencias físicas y psicológicas.

Por lo tanto podemos ver que el juicio es una traba para un cambio radical, para una modificación desde las bases de algún estado que perturba la vida, que limita.

También el juicio es una forma de tratarse sin afecto, sin amor, y con medios violentos. Ya que cada aspecto que se manifiesta en nosotros mismos, es “uno mismo” y al enjuiciar el aspecto, nos enjuiciamos a nosotros mismos, a lo que somos en totalidad.

Con el juicio, que es una forma de rechazo por uno, no se pueden lograr buenos fines. Solo desde el amor se concretan los cambios, desde tratar con mucho afecto todo lo que se expresa en nosotros, por más terrible que lo que se expresa  pueda parecer.

La justificación


Es habitual que el ser humano frente a ciertas manifestaciones de su ser, las justifique, tanto si son placenteras como desagradables. La justificación es un argumentar sobre las causas conocidas que dan origen a algo determinado, toda esa explicación que se da en el campo de lo conocido no genera un cambio.

Ese argumentar justificando lo que se nos manifiesta, lejos de solucionar el conflicto, lo focaliza y refuerza.

También aquí como con el juicio puede ser que a partir de justificar todos los motivos que generan un sentimiento, un pensamiento o una acción, algún cambio en un nivel muy superficial se produzca, pero más que nada lo que sucede a partir de justificar es que se detiene, como con en el caso del juicio, la vivencia, y al detener la vivencia no se da la posibilidad para que se devele todo el entramado que origina una sensación, un sentimiento, un pensamiento o una acción.

Uno justifica a partir de las vivencias que haya tenido, de la particular cultura y tradiciones en las que se haya criado, de los conocimientos que tenga, de las experiencias vividas; todo esto hace que sea una interpretación del hecho subjetiva, carente de una objetividad esclarecedora.

El justificar es un entretenimiento psicológico, es alejar el problema, ponerlo a la distancia. La justificación surge para calmarse, para no hacerse cargo de las razones ocultas por las que uno está afectado.

Además al justificar pareciera que se origina una resignación frente al hecho observado.

Esto no abre las puertas al cambio, porque cierra la investigación que nace del que no sabe, del que duda del porqué sucede lo que sucede, del que relativiza las razones aparentes.

El tiempo


Por lo general el hombre no vive en el aquí y ahora, en el presente en forma activa. Esto sucede debido a que se encuentra atrapado en vivencias y experiencias del pasado que no han sido resueltas, terminadas, y por lo tanto se proyecta a un futuro distinto. También cuando lo pasado ha sido muy agradable se proyecta queriendo vivirlo nuevamente.

Es decir que se vive en un presente con un pasado activo y proyectándose al futuro, lo que hace que no sea un presente con la fuerza del estar solo en el aquí y ahora.

Es una forma de funcionar divididos, entre un pasado que está presente, el presente por otro lado y un futuro al que nos proyectamos. Esa forma de vivir implica una enorme pérdida energética, y por lo tanto no existe la suficiente energía que brota cuando se vive solo el aquí y ahora. Sin energía es difícil afrontar los desafíos que hay en un mundo tan complejo como es el actual.

El proyectarse es válido para todo aquello factual, para los hechos, no para los aspectos psicológicos.

Es decir, por ejemplo que una persona puede tener una dirección, una meta, como cambiar de trabajo, de casa, etc., pero ese proyectarse relacionado a cosas concretas, no le impide estar viviendo el aquí y ahora. Además que, no solo en los objetivos hacia dónde uno va, se encontrará aquello que se busca y la felicidad, sino en el camino que se hace para concretarlo.

En lo psicológico si la persona se proyecta a un futuro distinto, por ejemplo, la persona está en el presente apenada y se proyecta a un futuro sin pena, esto le implica alejarse de lo que le sucede en el momento y por lo tanto no dar lugar a que exista una comprensión. Esta comprensión se da cuando uno convive en el momento con lo que le está ocurriendo.  

El hombre está dividido entre un presente que no le agrada y un futuro al que se proyecta, agradable, siendo éste un proceso ilusorio, alejado de una realidad factual, de los sentimientos y sensaciones que se están expresando en cada instante.

Puede ser que la persona ni siquiera tenga conciencia que se escapa del presente cuando se está proyectando a un futuro distinto,  lo toma como algo habitual y no se lo plantea como algo generador de conflictos. Ocurre que muchas veces ciertas formas de funcionar son tan comunes que no son cuestionadas y luego se pretende resolver los conflictos que se tienen, sin ver que hay formas que los originan. Este hecho de vivir proyectándose a futuros modificados es una causa de frustración y dolor, porque muchas veces no se concreta aquello soñado.

La persona se escapa de su presente, porque no encuentra satisfacción en como este presente es o en lo que lo rodea.

Debido a esto se proyecta a un futuro distinto, siendo esa forma una fantasía, una irrealidad, es como vivir drogado, adormecido.

La vida es lo que transcurre en el aquí y ahora, eso “es” la vida.

Vivir en el pasado recordando hechos, o en un futuro imaginario, son situaciones irreales, porque el futuro no existe y el pasado ya pasó y si es que está vigente y activo, restándonos libertad y condicionándonos es porque “es” presente.  

Para que el pasado no opere en el presente debe ser terminado, para ello es necesario investigarlo, observarlo desde el aquí y ahora, no como pasado, sino como presente.

Por ejemplo, si uno tiene un recuerdo desagradable de una persona por alguna acción que ella le pueda haber ocasionado a uno, ello no está en el pasado, dado que el pasado no existe, lo pasado ya fue, solo hay el hoy. Pero si hoy me perturba ese hecho del pasado o si siempre está latente en mi memoria, es porque está presente y activo hoy, por lo tanto es presente y si se asume desde ese lugar, o sea desde el presente, que mira el pasado como presente, hay una posibilidad que ello se manifieste, se exprese y termine.

Con todo esto queremos decir, que si se vive en el presente con un pasado que se lleva a cuestas, al cual se lo proyecta a un futuro modificado, pasado y futuro entrelazado en el presente, no hay posibilidad de un cambio radical. Esto se debe a que se está dividido y no se está conectado con los hechos concretos, con lo factual, con lo sentido profundamente, con lo que se está manifestando a cada instante, que es dónde está la carga de lo pasado no resuelto.

Solo viviendo en  el aquí y ahora está la posibilidad latente del cambio.

El analizar


Al analizar algún aspecto personal, muy difícilmente no se produzca una escisión, una separación entre el analizador, que es uno, y lo analizado que es lo que se quiere comprender y cambiar.

Uno podrá decir y sentir que sabe que eso que analiza es uno mismo, pero el proceso de análisis genera inexorablemente que haya una entidad, en este caso es el que observa, siente, experimenta, investiga, piensa, que se siente diferente, distante frente a lo observado, lo sentido, lo experimentado, lo investigado, lo pensado.

Ahí cabría preguntarse sí es que sabemos que somos una sola cosa, es decir, que el que experimenta no es distinto a la experiencia, el que observa no es diferente a lo observado psicológicamente.

Por ejemplo si lo observado es el miedo, el que siente no es distinto a lo sentido. Es decir el miedo es el que observa y también lo observado. Si damos eso por correcto, la pregunta es ¿cómo puede el que analiza modificar o simplemente entender lo analizado, siendo la misma cosa?, ¿es que el miedo puede entender al miedo?

Tal vez la experiencia de vida nos muestra que algunos cambios se produjeron en nuestra vida a partir de analizar algo, desmenuzarlo. Ahora bien, la pregunta es: ¿fue un cambio radical que no le dio más lugar a repetir situaciones parecidas, o fueron cambios en las formas?

Por ejemplo, la persona le tiene miedo a los perros, lo analiza y se da cuenta que cuando era niño fue mordido por un perro, dejándole un recuerdo de ello y cada vez que ve otro perro se llena de miedo por la posibilidad que vuelva a sucederle lo mismo.

Lo comprende y se propone terminar con esto, porque se ve tonto repitiendo una conducta, por un hecho pasado. Tal vez pueda enfrentar los perros sin miedo, pero el miedo como sentimiento sigue en él, y se expresa por ejemplo en miedo a subir a un avión.

Un cambio radical significa terminar con el miedo y esto sucede cuando se vivenciaron las raíces del “miedo” en si mismo, el miedo como sentimiento y no relacionado con algo en particular. Ese miedo matriz, al investigarlo puede llevar a la persona a darse cuenta que tras él, está el miedo a morir, a sufrir, a no ser nada. A partir de esto, la persona puede investigar y descubrir qué es la muerte, qué es terminar psicológicamente con las cosas, qué es morir al pasado.

Toda esta forma de investigación es lo que desarma “al sentimiento miedo”, que está más allá de los sentimientos de miedo particulares. Esa investigación es sin el pensamiento, que es el analizador, el observador, es un análisis vivencial, sin la palabra que materializa al pensamiento, siendo este último lo conocido, los recuerdos, las experiencias, los condicionamientos. Es decir, es necesario que la conexión de uno mismo frente al conflicto sea con la sensación, con la vivencia de instante a instante, no con el pensar, que es todo lo que sabemos, los conocimientos, la memoria.

La escisión que se produce entre el analizador y lo analizado, por ej., el que siente miedo y el miedo en sí, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, es otra causa que impide el cambio radical del que hablamos.

Solo a partir del momento que analizador y analizado se funden en una misma cosa, para lo cual es necesario previamente comprender porqué nos dividimos y qué es lo que logramos al hacerlo, surgirá la sensación de ser todo uno, analizador y analizado lo mismo.

En ese estado de no división se genera silencio, este silencio permite, a su vez que se despliegue y exprese el sentimiento investigado, por consiguiente que termine de operar en la persona.

El poner en palabras


Este resulta un tema difícil, ya que, mediante la palabra la persona se expresa, transmite una idea, y mediante las palabras se entiende lo que otra persona le transmite a uno.

Esta forma de comprensión, de cognición, la trasladamos a todo tipo de actividad, pero en ciertas ocasiones y para ciertas situaciones, tal vez, las palabras no son el mejor medio de comprensión.

Por ejemplo si se observa la naturaleza, en un momento de ocio, no como tarea científica investigativa, sino por placer, en esa situación la palabra es un estorbo, es algo que se antepone a lo observado. Si se mira un pájaro, y se quiere ubicarlo mediante su nombre genérico, no se estará conectado con el pájaro, porque el pensamiento que se realiza sobre él, no permite que la observación sea pura. Justamente, para que la observación sea pura, no debe tener el tamiz del pensamiento, que rotula, define, encasilla y se maneja por conocimientos almacenados en la memoria.

Si observo de esta manera, solo estoy viendo lo que pienso que es y no lo que es factualmente.

Lo mismo ocurre si observo una salida del sol en el mar, en el momento que comienzo a pensar sobre lo que sucede, me desconecto de la vivencia maravillosa de la salida del sol.

Si escucho una música y pienso qué tema es, como toca el instrumento el intérprete, obviamente no escucho. Para escuchar tengo que estar en silencio, el silencio de una mente que en ese momento no piensa, no analiza, no compara, ni enjuicia.

Todo esto no significa que el pensamiento sea un problema, por el contrario, se trata de entender que éste tiene su ubicación, lugar y momento para lo cual es de suma utilidad, pero en otros solo es un estorbo, algo que limita el ver o escuchar.

Cuando se define algún aspecto psicológico, por ejemplo miedo, la persona lo que hace al nombrarlo es objetivarlo, ponerlo como algo fuera del que piensa, con lo que volvemos a generar un estado de dualidad. Además esa objetivación, ese poner en palabras a un sentimiento, también lo que hace es detener la vivencia del miedo o amortiguar, esta es la razón por la que las personas lo hacen, para no sentir en toda su magnitud el miedo, se lo racionaliza, se argumenta sobre él mediante las palabras pensadas o expresadas a otro.

Y aquí habría que preguntarse si algo puede terminar si no se lo deja que se exprese, si se lo limita mediante la palabra, que es la forma que el pensar tiene de materializarse. Uno puede preguntarse como es posible comprender algo si no es mediante la palabra y el pensamiento.

Sin embargo esta posibilidad existe; con toda seguridad, en algunos momentos todos hemos estado en esa forma de observar o escuchar sin interpretar, sin objetivar, sin pensar, sin nombrar, sin poner en palabras lo observado.

Cuando una música nos llena de gozo, estamos compenetrados en ella, en total silencio, lo mismo cuando quedamos extasiados frente a un bello paisaje, sea una montaña nevada, o un mar muy sereno y azul, en ese momento estamos en silencio interior.

Cuando transcurre el orgasmo tampoco hay pensamientos, no hay palabras, es solo vivencia.

Es decir que éstas son experiencias que todos tenemos, pero frente a un estado psicológico perturbador, nos evadimos con la palabra, no se soporta ser perturbado, quedarse en silencio, viviendo el estado, lo que es.

Aquí habría que ver, si es que no siendo perturbado no se está medio adormecido, y si por el contrario, dejándonos perturbar, puede surgir la posibilidad de que las cosas se aclaren, las conozcamos.

La perturbación nos está queriendo mostrar y decir algo, si la evitamos, eso desconocido, quedará en capas inconscientes, actuando desde allí en cada acción de nuestra vida.

Volviendo a la palabra, queda claro que ella en la acción de observación es un obstáculo para dejar libre la vivencia. Sin vivenciar lo que sentimos cerramos las puertas al cambio.

La dualidad


La dualidad surge a partir de la reacción que la persona tiene frente a algo que se le manifiesta interiormente o exteriormente. Frente al hecho que es: ira, enojo, violencia, reaccionamos  buscando lo que debería ser: serenidad, despreocupación, paz o saliéndonos del estado con algún entretenimiento particular.

La dualidad es la distancia que hay entre lo que “es” y lo que “debería ser”, entre lo que sucede y lo que debería suceder, entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, esa distancia, esa brecha es el conflicto.

Estamos condicionados a reaccionar y buscar lo que debería ser, el opuesto a lo que se expresa, esto es motivo de lucha interior, desgaste, frustración y sobre todo implica repetir las actitudes. Además se genera un enorme desgaste energético al vivir reaccionando, al vivir entre opuestos.

Es común pensar que si no se reacciona buscando el opuesto se perpetuará el estado.

Sin embargo, lo que ocurre es lo contrario, ya que al buscar lo que “debería ser”, se pierde la atención de lo que “es”.

Se pone toda la energía en concretar, en buscar, en lograr lo que “debería” y lo que “es” es rechazado, cuando es justamente a lo que “es”, a lo que es necesario poner la energía para comprenderlo.

Lo importante es lo que “es” y no lo que “debería ser”. Cuando se comprende y termina lo que “es”, surge algo nuevo, que no es lo opuesto a lo que “es”, sino que surge un nuevo estado, que tiene que ver con el orden y la armonía.

Las religiones, las normas sociales, la cultura y tradiciones han contribuido enormemente a generar en uno sentimientos de culpa frente a ciertos sentimientos, sensaciones, pensamientos, acciones, condicionándonos en “ser” diferentes, en ser lo que se “debe ser” e incentivarnos y promovernos a ser lo que se debería ser.

La dualidad, quiebra al ser humano y justamente lo contradictorio es, que al enfocar su atención en lograr lo que debería ser, esto no ocurre, estando uno cada vez, más lejos del cambio natural.

En el estado dual buscamos y anhelamos algo que se encuentra a distancia de nosotros, que es aquello que debería ser, cuando la solución y lo que anhelamos está cerca, en lo que “es”, en lo que se nos manifiesta, en lo que somos.

En lo que somos está la solución, es allí donde podremos aprender. La palabra aprender significa desplegar-tender, por lo tanto solo quedándose atentamente con lo que “es”, dándole lugar para que despliegue con todos sus contenidos es cuando surgirá el cambio. Un cambio natural, sin esfuerzo, sin lucha entre partes antagónicas, opuestas.

El mi mismo


El ser humano va forjando durante el transcurso de su vida una identidad, una imagen de quién y cómo es. Esto es producto de: sus vivencias, experiencias de vida, formación cultural, tipo de relaciones que frecuentó, condicionamientos sociales, ambientales, de raza y religión, influencias astrales, genéticas, alimenticias, conocimientos adquiridos y tantos otros condicionamientos que configuran una imagen, una idea de quién es uno.

La persona a partir de la identificación que hace de esa imagen, cree que “es” eso, cuando tal vez muchos son condicionamientos que no tienen nada que ver con la esencia de ser humano que el es.

Por ejemplo la persona se siente que “es” de determinada nacionalidad, de determinada religión, de determinada creencia, de determinada profesión. Ser argentino, ser católico, ser abogado.

Lo dicho anteriormente habla de una transferencia que se hace a la esencia de ser humano, de una determinada persona, del lugar en que vive, de la religión que profesa y de la actividad laboral que desempeña y de tantas otras identificaciones que se hacen, hasta con el club de fútbol y marcas de ropa, de autos y otros productos materiales, esto último hoy se está convirtiendo en algo muy común en todas las clases sociales.

Esa transferencia hace que la persona “sea” eso con lo que se identifica y no un “ser humano” en esencia pura, que es estar en comunión con las fuerzas sutiles de la vida toda.

El ser humano se mueve desde ese centro, desde ese mi mismo, desde las identificaciones que tiene. Se mueve buscando ser alguien, alguien reconocido, valorado, querido, aceptado, exitoso. Estos tal vez sean unos de los sentimientos más fuertes y básicos que impulsan a los seres humanos.

Este movimiento auto-centrado, de buscar ser más, es un movimiento que da como resultado, en lugar de lograr “ser alguien”, no ser nada.

Esto sucede porque al buscar ser algo, se depende de los demás, de sus opiniones, de los valores sociales imperantes, se depende de lo que se logra tener, de experiencias personales. Esta dependencia genera frustración, violencia, dolor. La persona termina deshumanizándose al vivir identificado con todos los aspectos antes mencionados, por ser aspectos mundanos.

El conocerse no es nombrar o identificarse con la nacionalidad, o la religión que se tenga, ni con la actividad laboral que realiza, tampoco con el signo zodiacal en que se haya nacido. Conocerse no es tampoco enumerar rasgos del carácter o del temperamento.

Cuando uno se identifica con todo lo mencionado anteriormente, se genera ese centro, ese mi mismo, ese “yo” o “ego”.

Cuando se ve y se vive

el mundo, desde el lugar del mi mismo, separado de la esencia de ser que es uno, separado de uno mismo (por estar escindido entre el que siente y lo sentido) y por consiguiente de los otros y de la vida toda, adviene ese sentimiento de soledad, de no ser comprendido, de no ser querido o aceptado por los otros, de no estar integrado al entorno, ni a uno, no se está en comunión con la vida, con uno y con las leyes de la naturaleza.

Cuando alguien se siente de una nacionalidad determinada se siente diferente a los de otra y puede llegar a sentir al otro su enemigo, se separa. Lo mismo sucede al identificarse con una religión, “soy católico” y me separo de los que no lo son, tal vez la separación es solo en los sentimientos, pero suficiente para que la brecha exista, pudiendo llegar hasta a la confrontación armada por diferencias de creencias.

Si me siento “el doctor tal”, estoy marcando una distancia, una separación con el que no lo es, no hay comunión, ni sentirse semejante al otro, lo que determina una diferencia de jerarquías por conocimientos, o títulos, o económicas, o religiosas, o raciales.

El mi mismo y todo el mundillo interior que se genera a partir de las identificaciones que se hacen, encierran a la persona, la separa de los otros, de su esencia humana y del reino de la naturaleza.

Desde ese lugar los problemas de cualquier persona, son solo suyos, revisten un carácter único y exclusivo, sin ver que lo que le pasa a uno le pasa al resto, todos los seres humanos funcionan de la misma manera, las diferencias, riquísimas, son en las formas. Uno tiene dotes para la música, el otro para las ciencias, pero en los contenidos profundos somos todos iguales, con los mismos sentimientos, sensaciones y pensamientos, en unos más incrementados que en otros, pero solo es una diferencia de grados, no de contenidos.

Celos, envidia, miedo, vacío, necesidad de amor, dolor, sufrimiento, violencia y tantas cosas más están en todos. Muchas veces no somos conscientes de estos sentimientos, sensaciones, pensamientos o no queremos serlo, ya que nos da inseguridad aceptarlas, reconocerlas en uno, por eso es que se las niega.

Ver que todo está en todos, que somos todos iguales en lo profundo, genera una cosmovisión diferente de los problemas, es dejar de ser el centro del universo, el ombligo del mundo.

Darse cuenta que uno es el mundo y el mundo es uno, es un enorme paso para tener una cosmovisión de uno, del hombre y de la vida.

Ese auto-encierro del que hablamos, ese ver la vida desde ese mi-mismo y el hecho de que no haya una cosmovisión de uno y de la vida, es un obstáculo para un cambio radical y ese encierro en uno mismo es una fuente de conflictos.

El cambio


La posibilidad latente de cambio, que hay en la vida, para todo ser humano, aparece cuando asumimos y nos damos cuenta visceralmente que somos analizador y analizado, observador y observado, pensador y pensamiento la misma cosa, ahí nos encontramos con que no podemos hacer nada porque somos la cosa y solo podemos quedarnos en silencio observando el hecho, siendo el hecho, sintiendo el hecho y nada más, dándonos cuenta que uno no se puede cambiar a si mismo porque uno es lo manifestado.

Todo esto no significa que la persona no pueda cambiar, sino que no es ella la que se pueda cambiar, ni tampoco será por obra y gracia de algún factor externo, sino que el cambio surge naturalmente cuando dejamos de actuar sobre lo expresado y por lo tanto dejamos que se exprese todo, que se manifieste, a lo cual lo podríamos llamar más que un cambio una mutación.

Esto significa entregarse a lo que “es” sin ninguna opción por algo diferente.

En esa aceptación atenta sin opciones, que no tiene nada de resignación, es cuando el cambio se produce, al no resistir el hecho, siendo esa resistencia la que le da cuerpo, volumen, lugar, existencia al hecho. Sin resistencia el hecho pierde fuerza, se desvanece en el estado de atención, conviviendo con dicho estado con afecto, con paciencia, con humildad, con coraje y confianza. Si no hay resistencia, las cosas afloran y se terminan en ese movimiento que contiene a la vida toda.

El cambio se produce cuando después de haber comprendido los procesos: del juicio; de la justificación; del responsabilizar a otros; del esperar de otros; del estar centrado en un mi-mismo, quitando una cosmovisión a los sucesos que se nos expresan; de la relación con el tiempo, al esperar que éste modifique las cosas; de la dualidad en la que estamos entre lo que somos y lo que queremos ser y entre lo que nos sucede y lo que queremos que nos suceda; de la fragmentación que hacemos de nosotros mismos, al dividirnos en partes sin ver la relación que hay entre todas las partes que conforman una persona; del poner en palabras lo percibido. Cuando todo ello es comprendido y desechado, negado, por ser formas que nos llevan al conflicto, cuando ello ocurre y también generamos la suficiente cuota de energía al ordenar nuestra vida, el cambio sucede naturalmente, sin buscarlo, sin esfuerzo, sin luchas.

Esta posibilidad de cambio no es un proceso mágico, sino algo absolutamente natural.

Cuando en la naturaleza sacamos una planta con sus raíces y por lo tanto rompemos todo el entramado que tiene en la tierra, esa planta muere.

En el ser humano ocurre algo similar. Cuando se deja expresar algo que perturba, cuando se permite que se develen todas las razones, los motivos inconscientes, incluso guardados en el cuerpo, en cada célula; cuando no se rechaza lo que emerge, cuando no se lo enjuicia, no se lo justifica, no se lo resiste, no se espera que otros lo resuelvan, cuando uno deja de dividirse entre el que vive tal o cual situación y lo vivido, la transformación ocurre.

Ocurre porque el hecho expuesto se desmorona, pues su estructura que es su entramado quedó expuesta, y quedan expuestas sus razones ocultas.

Cuando surge el silencio naturalmente, no por medio de técnicas, sino un silencio natural, espontáneo, producto de haber entendido que toda acción psicológica es una forma de evadirse; cuando queda expuesto lo que cada uno vive como conflicto (miedo, pensamiento obsesivo, etc.), opera una inteligencia que no es la inteligencia propia que se pueda tener, sino una inteligencia universal, superior, que es la energía del cosmos. Cosmos significa orden y esa energía aclara, despeja, permite que las cosas terminen, que se genere un estado de paz interior, paz con uno mismo, libertad.

Se puede sentir que el estar expuesto a los diferentes estados que se manifiestan en uno, genera una sensación de vulnerabilidad. Esta sensación genera miedo, aterra; porque nos sentimos inseguros ante ello. Habría que preguntarse e investigar si:

¿El querer estar protegido, estar guardado, estar a la defensiva, es algo seguro, o lo seguro justamente es estar expuesto, abierto, vulnerable? Sucede que en ese estado no hay resistencia a lo que se nos manifiesta y por ende afloran los contenidos ocultos de dichos estados; esto implica que ese estado deje de operar en uno.

El vivir todos los hechos de la vida cotidiana en forma atenta, perceptiva, sin buscar seguridad, dudando de lo que se piensa y siente e investigando sin el pensamiento, sino mediante una observación, sin poner en palabras lo que se nos va expresando ante los diferentes desafíos de la vida, es lo que traerá una comprensión liberadora.

Sin libertad interior no podrá reinar la paz interior y exterior, ni el amor; también sin libertad no podrá haber salud física y psíquica.

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