Diálogos entre:
Roberto Yudowski – Medico Psiquiatra
José Bidart – Director de Las Dalias
Dialogo 1
B.: Querido Roberto, es una alegría que hayas aceptado la invitación a participar de estos diálogos.
Te propongo hacer un trabajo de investigación, sobre las posibilidades que tiene el ser humano de conocerse y terminar con el sufrimiento, y si fuera posible, invitar al lector a participar activamente, a medida que desplegamos nuestras propias investigaciones y puntos de vista.
En primer lugar, un tema que me parece importante profundizar, es que generalmente, en las personas, lo que se percibe, es que viven en situaciones conflictivas, con confusión, luchas internas, contradicciones entre lo que piensan, sienten y hacen, padecimientos físicos o psicológicos. Muchas de ellas, comen por demás, aunque les gustaría ser controladas y comer menos, o trabajan en exceso y les gustaría no tener compulsión por el trabajo, así como tantas situaciones más.
Hay enormes contradicciones internas, desgaste psicológico, que se traduce en lo biológico. Hay deterioro importante de la salud, se ven situaciones de agobio y desenergización.
Si se habla de algo diferente, de la posibilidad de vivir de otra forma, las personas piensan en la posibilidad de cambiar, como quien lleva su automóvil usado a un especialista, y por una diferencia de precio, obtiene otro que puede ser distinto, más moderno, con mejores prestaciones.
Me parece que tenemos que hablar sobre el propio cambio, que involucra comprender todo el movimiento interno. Esa comprensión lleva a un derrumbe de estructuras, al que la mayoría no está dispuesta, ni le interesa hacer. Por lo tanto, creo que la pregunta concreta sería: ¿cómo ves la situación de la generalidad de las personas?
Por un lado, están en conflicto y quieren salir de él, pero por otro, cuando les hablas de una posibilidad de transformar lo que les produce cierto trastorno, parecería que a nadie le interesara.
Y.: Todo el mundo sufre, un poco más o un poco menos, física o psíquicamente, y todos encuentran formas de tapar ese sufrimiento. La lectura, un camino espiritual o la bebida, la mayoría de las veces, son formas de escapar.
Es cierto, todo el mundo sufre y eso es lo que es común a todos: el sufrimiento. No es algo que algunos tienen y otros no, todos lo padecemos y, de alguna manera, se busca eliminarlo. Creo que es el fondo común a todos los seres humanos, es un rasgo que nos une.
B.: No he conocido a alguien libre del sufrimiento. El tema es: ¿Hago algo? ¿Me intereso por resolverlo?
Me parece, que trabajar ese sufrimiento, involucra cuestionar nuestra forma de vivir, de pensar, de movernos, de sentir, replantearse lo que se da como cierto y cuestionar los paradigmas sociales. Ahí es donde se observa, que en general, no nos interesa ese tipo de cuestionamiento.
Y.: A la mayoría no le interesa hacerse la pregunta, pareciera que sólo le preocupa terminar con el sufrimiento, desde su estado de conflicto. Y esto genera más y más sufrimiento: “quiero cambiar y no puedo”.
Pero lo común es que no hay interés por saber qué es exactamente el sufrimiento, cuáles son sus causas y cómo se termina. Lo que interesa es escapar de él, eso es lo que todos hacen.
B.: Cuando nos planteamos la posibilidad de acabar con el sufrimiento, la respuesta en general es de escepticismo, como si fuera una quimera, un imposible. Muchos explican que el sufrimiento es inherente al ser humano y que en esta vida, en el plano terrenal, el hombre no tiene escapatoria a él, que sólo cuando salga de este plano terrenal, podrá liberarse. También están los que sostienen que el sufrimiento es un camino a la iluminación.
Y.: Nuestra forma de vivir, así como la conocemos, genera sufrimiento.
Es cierto lo que tantas personas dicen: estamos sufriendo, pero, ¿Es eso algo necesario? ¿Debemos continuar en esta situación? ¿Es posible que el sufrimiento se acabe? ¿Podemos averiguar qué es, cuáles son sus causas y terminar con él?
No importa que muchos afirmen que estamos destinados a vivir en el sufrimiento. Eso es aceptarlo, vivir con él y creer que a su vez con eso vamos a conseguir algún beneficio, como podría ser, por ejemplo, acceder al Paraíso y cosas por el estilo. Esa es la prueba por la que creen que deben pasar, para obtener un modo de vida mejor, según estos relatos. Creo que, a pesar de todo, están esperando algo mejor a partir del sufrimiento.
B.: Eso está muy instalado y pienso que hay gran parte de responsabilidad en muchas religiones, que promueven una adoración al sufrimiento como una prueba que tenemos que pasar, afirmando que no hay posibilidad de crecimiento si no hay sufrimiento.
Ahora, el punto es: cuando uno mira el mundo, en el lugar que sea, ve que el padecimiento siempre está presente de una u otra forma, expuesto o agazapado, pero está.
Entonces uno puede preguntarse: ¿Está habilitada en el ser humano la posibilidad de liberarse del sufrimiento?
Y.: Creo que estos diálogos pueden resultar útiles para todas esas personas que se lo preguntan. Pueden servir para averiguar si es posible terminar con él a partir de su comprensión, de entender sus causas, qué significa, y ver si es posible suprimirlo.
B.: Para lo cual tendríamos que entender la estructura, la naturaleza del sufrimiento, más allá de las palabras. Creo que a veces, estamos atrapados en la imagen, que es nuestra historia, creencias, condicionamientos, y también en el simbolismo del lenguaje.
Esto nos impide penetrar en la estructura misma del estado psicológico, que se expresa en un determinado momento.
Sería interesante que indagáramos sobre la estructura que conforma el sufrimiento. ¿Qué es aquello que lo sostiene? ¿Cuáles son sus cimientos, sus raíces?
Y.: La palabra sufrimiento significa muchas cosas: conflicto, miedo, preocupación, dolor, todas ellas y muchas más.
B.: Para dejar esto más claro, me parece que tenemos que seguir indagando y adentrarnos en el sufrimiento.
Podemos hacerlo en forma teórica, sobre lo que se entiende que es, en forma conceptual, alejados del hecho concreto, o bien, desde lo que a uno le sucede, desde la atención a lo que se está sintiendo en relación al sufrimiento, que es una forma viva, presente.
Entonces, comenzando, me parece que el sufrimiento se instala y se desarrolla a partir de la no aceptación de ciertas situaciones que se presentan en la vida, de ciertos deseos, pensamientos, sentimientos. Cuando no hay aceptación y hay rechazo, surge el anhelo de cambiar, de que las cosas sean diferentes, incluido yo mismo. Y eso genera dolor.
Y.: Es cierto. La no aceptación de lo que “es”, tiene muchas implicancias. Es deseo, porque al no aceptar algo, deseo otra cosa, y es también temor por lo que eso no “es”.
B.: ¿La no aceptación, puede ser una parte de la estructura del sufrimiento?
Y.: El temor que acompaña a la no aceptación es parte de ese sufrimiento.
B.: ¿Podés aclarar más sobre el temor que mencionas?
Y.: Si yo no acepto algo, de alguna manera tengo temor sobre aquello que rechazo.
B.: Miedo a que aquello se siga expresando y también a que algo diferente suceda…
Y.: Por un lado, a que siga ocurriendo, de ahí surge el deseo de que se termine. Entonces, ese temor ya es sufrimiento. Sufrimiento o miedo que vuelve a surgir si ese deseo no se cumple o si se cumple a medias, porque surge la comparación y el temor de no poder cumplir con él.
B.: Tal cual. Ahora, se puede ver esto, se puede entender, pero cuando se expresa la situación, se responde desde la historia personal, desde formas enquistadas de percibir los hechos y las emociones, celularmente, visceralmente. Esos condicionamientos nos llevan a rechazar lo desagradable, a la no aceptación y al deseo de cambiar.
Esas respuestas tan instauradas, tan viscerales, tan poco racionales o conscientes, son algo impulsivo. Lo interesante es plantearse, cómo una persona puede dar un espacio, aunque sea pequeño, para no responder desde ahí, para que esa reacción no se genere. Frente a una situación que nos resulta desagradable, surge una respuesta mecánica de rechazo.
Y.: De repetir la no aceptación.
B.: Exacto. Es algo que está tan enquistado, que una persona a la que le plantees y comprenda lógicamente la importancia de aceptar, de estar atento a las respuestas mecánicas de rechazo, lo mismo cae en las mismas reacciones de siempre.
Y.: Es repetitivo. Vivimos repetitivamente, estamos repitiendo constantemente no sólo nuestros deseos sino también nuestros temores y sufrimientos. Los reiteramos día a día y les damos continuidad a partir de esa repetición.
B.: ¿Se puede salir de ese patrón de respuestas automatizadas, con todo ese condicionamiento milenario?
Y.: La no aceptación, el rechazo y el deseo resultan en inacción. El conflicto es rechazar algo y desear otra cosa (opuesta) que anhelamos.
B.: Poniéndome en el lugar de la persona que lee estos diálogos, ésta va a sentir como lógico el anhelar salir del conflicto. Y que el deseo de liberarse de él es la fuerza que le hará transformar esa realidad. Podría cuestionar: “si yo no tengo ese deseo, ¿cómo es que se generará un cambio?”
Y.: El rechazo y el deseo que lo acompaña es una sola y misma cosa y jamás producirá un cambio que no esté dentro de los límites de ese conflicto.
B.: Y entonces, ¿qué queda?
Y.: Deseo y temor es ya conflicto. Desear terminar con el conflicto es seguir con él.Ahora es el deseo y el temor lo que rechazamos, deseando otra cosa.
B.: Entiendo y lo comparto plenamente, porque me doy cuenta de que cuando no acepto una situación y cuando empiezo a idear formas de salir de ella, lo que termino haciendo es acrecentarla porque genero más confusión.
Y.: Yo prefiero no utilizar el término confusión, me parece más acertado usar el vocablo conflicto.
B.: Bien, genero más conflicto, veo como un hecho real que ese deseo de querer cambiar está enraizado en el conflicto.
Lo que estoy preguntando, es que, para quien hoy lee por primera vez esto, lo que ve es que hasta el momento, él ha venido reaccionando frente a sus conflictos, buscando una salida, por ejemplo a través de la terapia, y tal vez después de años de ella no ha encontrado la resolución esperada, siempre deseando algo diferente de lo que le sucede. Y ahora aquí le decimos que el deseo de salir de él, es la continuidad del conflicto. Lo cual puede dejar paralizado a muchos.
También vemos que hay una enorme cantidad de gente que no tiene ningún deseo de cambiar y que lleva a cuestas sus situaciones conflictivas en una forma resignada, sin prestar atención, sin darse tiempo para resolver sus conflictos porque considera que éstos forman parte de la vida y que trabajar en ellos es perder tiempo, que es muy complicado.
En resumen, por un lado está aquel que es indiferente al conflicto, y por otro está quien se interesa y desea modificarlo y lucha con lo que se le expresa.
Si nosotros estamos diciendo que el deseo de cambiar “es” el conflicto mismo, entonces, ¿cómo podemos dejar más claro que este deseo ahonda el conflicto?
Y.: El deseo de terminar con algo, la no aceptación, el propio deseo es conflicto. Es temor, es sufrimiento y es la continuidad de él. Eso es lo que no se advierte comúnmente.
El propio deseo de terminar con algo es sufrimiento y no conduce a su extinción.
B.: Pero tampoco conduce a su terminación el ignorarlo. Tenemos a aquél que ignora y al que lucha con el conflicto, con lo que “es”, con lo que padece, acrecentando el sufrimiento; es decir, encontramos dos conductas típicas: la del indiferente y la del que lucha.
Y.: No es suficiente decir que la indiferencia es aceptar al conflicto como tal.
B.: Entiendo lo que querés decir, he utilizado la palabra aceptar como sinónimo de admitir, tolerar, quien vive resignado.
Y.: La persona que tiene esta actitud, lo que hace es mantenerlo, al igual que quien lucha contra él.
B.: Así es… Ignorarlo, tanto como luchar, mantienen vivo el conflicto. ¿Qué nos queda entonces frente a esta situación?
Y.: Es una forma simple de enunciarlo, pero ¿Es posible ver realmente esto en la conducta de cada uno de nosotros?
B.: Intentemos una respuesta posible.
Y.: Podríamos pensar ejemplos…
B.: Algo que sucede comúnmente es que las personas trabajan por demás. Según sus propias palabras, muchas de ellas se sienten atrapadas en la vorágine, en los compromisos, necesitados de seguridad y reconocimiento, de encontrar su lugar en la sociedad, entonces trabajan en exceso, gran cantidad de horas y luego se encuentran agotados, se sienten mal por no dar tiempo a otras áreas importantes de su vida como su pareja, sus hijos, un hobby o el ocio creativo.
Las personas están en una lucha interna, el deseo de modificar la conducta, por un lado, y por otro, el deseo de no cambiar para no poner en peligro las cosas. Esa sería una situación típica en las conductas de muchas personas actualmente.
Y.: ¿Por qué motivo uno trabaja demasiado o toma excesivos compromisos? ¿Qué deseo lo empuja a uno a realizar todas esas cosas?
Si luego, viene el cansancio, el agotamiento, el encierro que lo obliga a pensar que no quisiera continuar de esa manera… Pero hay algo que lo empuja a trabajar y vivir así, es complicado e implica muchas cosas.
Se me ocurre otro ejemplo, podríamos hablar del enojo, del miedo, de su rechazo, del deseo de terminar con la turbación, con el enojo, el conflicto, el temor que eso implica y el anhelo de la cesación del enojo, ¿esto conduce realmente a su terminación, si el deseo es parte del miedo y del enojo, si ha surgido de ellos y están implícitos en el mismo deseo?
B.: Quisiera volver, entiendo lo que estás planteando, pero el punto es que más allá de que tal vez el ejemplo de la persona que tiene una fuerte compulsión por el trabajo no es del todo oportuno, creo que lo que hay es una forma de actuar absolutamente condicionada. Siento que los seres humanos responden a modelos instaurados en una sociedad en particular y, al repetir esos modelos, la gente se rebela y surge el deseo de algo diferente.
Creo que el ejemplo es válido para otras situaciones, sería igualmente aplicable para un joven que está estudiando una carrera y no sabe por qué está haciendo eso en lugar de tocar la batería, que es lo que más lo satisface.
Y.: Como no termina por satisfacer completamente aquello que está haciendo, esa insatisfacción, ese descontento, promueven la búsqueda de algo que lo compense.
B.: Entonces, en general, el ser humano actúa condicionalmente y esto genera descontento, del que emana el deseo del cambio que conlleva al temor de no poder realizarlo y, por lo tanto, a la continuidad del sufrimiento.
Y.: El descontento ya es sufrimiento.
B.: Sí, tal cual. El tema es, ¿qué pasa con el ser humano que se conduce como si tuviera un chip o un programa instalado mediante el cual repite el modelo social y cultural del momento que se está viviendo? Lo habitual es responder desde un condicionamiento particular.
Y.: El condicionamiento en el que nos encontramos es que queremos algo, esto nos produce insatisfacción, descontento, que es algo que no queremos y en ese no querer está el deseo de que suceda algo diferente. Con eso empezamos toda esta larga cadena.
El descontento es la no aceptación de lo que “es”.
B.: A mí me surge preguntar, Roberto, entonces, ¿qué otra cosa hay? Y me doy cuenta de que esa pregunta también puede contener el deseo de querer terminar con el sufrimiento o puede hacerse desde un lugar diferente, que es el ver la necesidad lógica y racional de terminar con el conflicto.
Entonces, lo que queda es permanecer con la situación que perturba, comprender su naturaleza. Estamos viendo la importancia del despliegue de la situación, sintiéndola, viviéndola, dejando el nivel verbal, con todas sus argumentaciones y simbolismos.
Y ¿Hay o no un final para el dolor humano?
Y.: La terminación del conflicto y por lo tanto, del sufrimiento, es una transformación completa de nuestro ser. Nunca hemos salido del sufrimiento, nunca nos hemos apartado del conflicto. Si ello es posible, es una transformación completa.
Hay que tener cuidado, incluso, con la palabra transformación, porque las palabras también son objeto de deseo. El vocablo transformación, es objeto de deseo, nos pone nuevamente ante algo que buscamos y algo que rechazamos.
¿Es posible ver todo esto, lo que nos ocurre, como una unidad, sin agregarle absolutamente nada a eso que estamos viviendo, sin agregarle un deseo, un temor?
¿Podemos ver, y en el ver, terminar ese proceso? Porque ver implica, justamente, la terminación de aquello que es visto.
B.: Así es.
¿Podemos, antes de hablar de terminar, ver el tema de convivir, de estar, de vivenciar, de quedarse quieto con la realidad que en uno se expresa?
Me parece muy importante, porque mientras nos sigamos moviendo, buscando la transformación, el cambio verdadero o el final, seguimos persiguiendo algo. Y me parece que lo interesante, lo que estamos expresando, es el valor de quedarnos con esta situación para que ella “hable”, se muestre con todo lo que tenga para mostrar.
Y.: Quedarme con lo que “es”, sin negarlo.
B.: Eso es… Quedarnos con esta situación sin analizarla, que es algo tan corriente. En general nos ponemos a analizar, a argumentar, a conversar con amigos sobre la situación, la llevamos a las palabras, que son una representación simbólica de la realidad o de lo que “es”. Haciendo un diálogo interior con uno mismo o exteriormente con otros.
Y lo que nos hace falta es quedarnos sin movimiento alguno ante esa situación, en silencio, creo que allí hay una posibilidad muy rica.
Y.: Y además eso es posible, podemos ver sin agregarle nada a lo visto.
Ese ver, en el que ya no hay nada agregado, donde no está presente la continuidad de lo percibido, es transformación, es la terminación de la continuidad y del conflicto.
B.: Creo que este punto deberíamos aclararlo un poco más: si no hay continuidad de lo visto, entonces, ¿de qué se trata?
Y.: De ver sin agregarle nada a lo visto, ningún deseo, ninguna asociación, ni temor alguno. Es ver sin aceptar y sin rechazar.
B.: Queda claro.
Y.: Y si uno puede lograrlo, ese ver termina con lo visto. El acto mismo de ver es la terminación del sufrimiento, del conflicto, de la continuidad.
B.: Creo que cuando nos quedamos quietos, vivenciando, eso que se está viendo ya no es algo, una cosa, sino que termina siendo un proceso, un emerger, un cúmulo de situaciones.
Allí deja de haber algo específico como cuando se está mirando un cuadro, que es algo inamovible. Cuando nos quedamos viviendo ese estado, hay un cambio, como sucede en con un río, un proceso en el que sólo acontecen cosas que van emergiendo, permanentemente, surgen hechos que ya no son lo que habían ocurrido segundos antes. Como afirmaba Heráclito: “es un permanente devenir” y en ese devenir, lo único constante es el cambio, la mutación.
No hay algo absolutamente estático que podamos ver en la realidad, porque aunque se trate de una escultura, el observador va cambiando a cada instante, la luz, la temperatura, no son las mismas minutos después.
Si estamos percibiendo el miedo, que no es un objeto quieto e inamovible, sino que somos ese miedo, y ese percibir por momentos toma otras características. Se podría estar percibiendo un cúmulo de situaciones y vivencias, toda una trama de cosas que se van develando, donde unas van llevando a otras.
Y.: Partimos de este punto: no hay nada fijo, todo está en movimiento. ¿Puedo vivir el miedo, el enojo, el deseo, sin agregarles nada? ¿Se puede vivir lo que somos sin tratar de cambiar absolutamente nada, sin ningún esfuerzo, ningún deseo?
B.: Creo que esto que estás planteando requiere una enorme cuota de energía, que implica dirigir la atención a ese condicionamiento milenario que nos impulsa a buscar, modificar, agregar, analizar, desear cambiar, elaborar conclusiones.
Cuando no existe atención, somos tomados rápidamente por el condicionamiento de los pensamientos, que buscan un cambio, un retoque, un salir de la situación. Por eso, esto requiere de una enorme energía de atención, porque si no la tenemos, nos dejamos llevar por el condicionamiento ancestral, por el hábito, la inercia de lo conocido.
Y.: Nos hemos planteado si es posible ver sin darle continuidad a lo visto.
Hay que estar atento a esto que “es”, y esa atención a lo que “es”, es lo que permite ver sin agregar absolutamente nada.
B.: ¿Podría haber atención si no hay energía?
Y.: Atender es energía, ver no es un hecho pasivo sino algo energético. Poder hacerlo requiere energía, sin duda.
B.: O sea que si habitualmente duermo muy pocas horas, si tenemos una vida desordenada, nos alimentamos mal y por ende estamos bajos de energía, ¿Qué posibilidades de estar atentos tendremos?
Y.: Me da la sensación de que estás pensando en la atención como objeto de deseo…
B.: Todo esto es muy fronterizo. Si la energía es algo deseada de conseguir, estamos como al principio de nuestra conversación, pero por el otro lado, si no hay atención, caemos en lo de siempre…
Y.: Lo de siempre es la desatención.
B.: Así es. Estamos llegando entonces, a la conclusión de que el estado normal de cualquier persona es el de desatención.
El estado real y cotidiano del ser humano es el de inatención, entendida como una no-comprensión de todos los procesos que en él se están dando a cada instante; o el no ver la realidad que se nos manifiesta en el cotidiano vivir, o no ver las razones inconscientes que conforman lo que sentimos, lo que pensamos, lo que hacemos.
La atención tal vez está puesta, en un semáforo rojo, pero no mucho más que eso o podrá estar aplicada a la tarea que se está realizando en la oficina. Pero, ¿Qué estamos sintiendo?, ¿Cómo estamos?, ¿Estamos perceptivos a los pensamientos que tenemos? En todo esto por lo general, no hay atención.
Muchas veces se le pregunta a alguien cómo se siente en una determinada situación y la persona no puede contestar, no tiene idea de qué es lo que le está sucediendo interiormente. Su atención está puesta en la tarea, en lo inmediato, es una atención parcial, fragmentada.
Nosotros estamos hablando aquí de un estado de atención que involucre todo lo que en un ser humano está aconteciendo a cada instante, en el cuerpo que late, en los sentimientos, en los pensamientos, donde hay pulsiones, sensaciones. Creo que nos estamos refiriendo a esa calidad de atención…
Ahora, si ésta se convierte en un objeto de deseo significará que hemos caído en la desatención. Y ya sabemos que sin atención no podemos ver, entonces, ¿Cómo salimos de esta “trampa”?
Y.: Es cierto. Eso es todo.
¿Por qué hacemos este tipo de preguntas? ¿Estamos buscando algo…?
¿Se pregunta para saber, para buscar?
Creo que aquí la pregunta es la equivocada. Preguntarse “¿qué hacer”? es una complicación. Si hay este conflicto lógico entre la atención que no tengo, no encuentro y la desatención en la que vivo, preguntar cómo salir de esa situación es consultar sobre cómo encuentro la atención. Estamos viviendo en desatención y eso es todo lo que hay que entender.
B.: Tal cual. O sea que si leemos esto, lo primero que nos surge es el deseo de estar atentos, y ahí caemos en la trampa, por lo tanto, nada se puede hacer, ni tampoco buscar la atención, porque en cuanto la estamos buscando, estamos inatentos. ´
Y.: Sí, es eso.
B.: Como para cerrar este diálogo, que desde el principio había sido planteado como el deseo del cambio de las personas, quisiera retomar algo que trajiste a colación: que el deseo de cambiar es sufrimiento.
Y ahora llegando a este cierre, si deseamos el estado de atención, seguiremos presos en lo mismo. Diríamos que este capítulo habla sobre el deseo como el anhelo de un cambio, de algo diferente, y que ese es el conflicto en sí mismo.
Y.: Es cierto. La base del conflicto es la angustia por obtener algo distinto, el descontento, que implica temor, sufrimiento y todo lo que hemos comentado hasta ahora.
Vivimos repetitivamente, estamos repitiendo constantemente no sólo nuestros deseos sino también nuestros temores y sufrimientos. Los reiteramos día a día y les damos continuidad a partir de esa repetición.
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