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Sobre el Estrés y el valor en las pequeñas cosas de la Vida







¿Qué entendemos por estrés?


Hace muchos años la palabra stress solo pertenecía a la lengua inglesa, luego pasó a ser parte de la lengua española, ya que comenzó a incorporarse a la vida cotidiana y se convirtió en “estrés”, cuyo significado literal es: “esfuerzo, violencia”.

También se utiliza la acepción estrés cuando se quiere referir a aquello que implica una exigencia mayor a las posibilidades que cada uno tiene.

El estar estresado se relaciona con el desborde anímico, emocional y físico. El pensamiento no para, hay un incesante parloteo mental, reiterativo, obsesivo, no hay capacidad de generar espacios de silencio mental, no solo durante la vigilia sino también en el momento del dormir. Hay un trabajo permanente del cerebro, del sistema nervioso, cuya base de pensamiento es: “debo…”, “hay que…”, “tengo que…”; no hay capacidad de descanso, de relajación y es común que este estado se asocie con el insomnio.

Existen diferentes causas que generan estrés. Puede existir el estrés laboral, el que surge a partir de una enfermedad, por haber vivido una situación traumática, el generado por el dolor frente a la pérdida de un ser querido, por una separación afectiva, por el sufrimiento debido a la incapacidad de vincularse bien afectivamente con seres queridos (hijos, pareja, amigos, familiares, compañeros de tarea).

¿Porqué uno se estresa frente a la actividad laboral?


En general se toma la tarea, no desde el disfrutarla, sino como una obligación a llevar a cabo, como solo la posibilidad de concretar objetivos. Cuando hay estrés no existe el mientras tanto, lo importante es el fin y no cómo llegar a ese fin. Siempre hay un afán, el afán del reconocimiento por parte de los otros, ya sean éstos jefes, clientes, pacientes, compañeros de tarea y también el propio afán frente a uno mismo al querer concretar el objetivo a la perfección.

Si en uno no existiera la ansiedad y el miedo a no hacer las cosas bien, a lo que el otro va a decir o pensar acerca de lo que uno hace o no hace, no habría la exigencia y por lo tanto el esfuerzo frente a la tarea a realizar. Muchas veces no es el trabajo en sí lo que estresa sino la actitud que se pone frente a él.

La propia exigencia está íntimamente relacionada con el estrés, exigencia por querer absorber demasiadas cosas a la vez y porque después de las 8 horas de trabajo que han sido muy intensas, se sigue pensando y queriendo resolver en otros ámbitos los problemas relacionados con lo específicamente laboral. Uno no solo trabaja en el entorno relacionado con la actividad propia del trabajo sino que sigue y sigue elucubrando, sobre todo lo relacionado con dicha actividad, generando aún más la mecanicidad de la mente.

Se está en la casa conversando con los hijos o la pareja, cocinando, lavándose los dientes y en lugar de escuchar al interlocutor y estar atento a lo que se hace se sigue pensando y pensando en la tarea específica del trabajo.

Cuando el pensamiento no para, la mente se mecaniza y esta mecanicidad quita sensibilidad y capacidad de comprensión. Además el no parar el pensamiento genera un estado de agotamiento físico y psicológico

¿Qué es lo que a uno le impide desconectarse?


Conocer los mecanismos de la mente, es darnos cuenta que somos en general, obsesivos y tenemos una mente repetitiva y mecánica. No utilizamos el pensamiento para lo factual, para saber cómo ir de un lugar a otro, para escribir sobre un determinado tema, para aprender un idioma, pensamos mecánicamente en lo que pasó y en lo que va pasar, en lo que me dijo y en lo que voy a decirle…, en lo que debería hacer y en lo que no debería hacer…, este exceso de pensar agota y es el causante que nuestras funciones corporales se desequilibren y disminuya la potencia física, psicológica y terminemos, en general, a las 5 de la tarde ya sin energía.

La falta de confianza en uno mismo y la propia inseguridad personal hacen que se siga pensando y pensando, creyendo erróneamente que al pensar se van a encontrar soluciones y alivianar la ansiedad.

Uno piensa mucho más de lo que es necesario porque teme, teme no poder realizar exitosamente la tarea asignada y siente que tiene que dar un examen frente a uno mismo y a los otros.

Podríamos decir que el estrés es el producto de una mente mecánica que no puede parar y que está ansiosa queriendo encontrar resultados inmediatos.

También es real que en el mundo en que vivimos, existe un apuro por realizar cualquier tipo de tarea, se vive  cada una de las acciones de la vida, con una fuerte aceleración. Hemos perdido la capacidad de esperar, hacer y actuar con lentitud, hay un sentido de urgencia y de rapidez, que va en detrimento de la calidad de vida en todos los aspectos, desde la propia salud hasta los vínculos afectivos.

Cuando las tareas se realizan lentamente, sin apuro, la mente y el pensamiento se aquietan y en esta quietud es posible generar en uno mismo una tremenda energía y con esa energía, uno puede restablecer su condición física y encontrar respuestas a los desafíos de la vida cotidiana.

Muchos podrán decir que el nivel de exigencia externo en sus trabajos les genera estrés, porque les piden 12 ó 13 horas de actividad o abarcar más y más sin la ayuda necesaria y que esto lo tienen que aceptar porque va más allá de la propia voluntad. Vale, entonces preguntarse:

¿Por qué se aceptan trabajos en condiciones que no son normales?

¿Por qué si el propio límite son 8 horas de trabajo, se acepta trabajar 12 horas?

¿Por qué si se pueden solamente hacer 3 escritos por día se hacen 5?

¿Por qué si se pueden atender sólo 5 pacientes, se atienden 10?

¿Por qué si se puede gerenciar a 20 empleados, se acepta hacerlo con 30?

Y así tantos ejemplos más…

Cada uno conoce sus razones y éstas no están afuera de uno mismo. Nadie nos pone un revólver en el cuello para que hagamos lo que hacemos, son siempre elecciones personales de vida, que si quisiéramos encontraríamos la solución al problema.

Sucede que en cada decisión está el miedo, el miedo a quedarse sin empleo, a no tener el suficiente dinero, a querer más de lo que es posible tener, a querer más de lo que puede la propia capacidad humana. Pareciera ser que no confiamos en que al poner orden en la vida, al tomar la decisión que haga prevalecer al ser humano, es decir a uno mismo, a lo que es justo para uno y para la vida misma, esto irá permitiendo que las puertas se vayan abriendo y aparezcan las soluciones que satisfagan las necesidades reales de cada persona.

Existe la desconfianza en uno mismo, en la vida y uno se hace eco de la exigencia externa aceptándola resignadamente por la misma desconfianza que uno se tiene a sí mismo.

La exigencia es esfuerzo y el esfuerzo y el querer dar más de lo que se tiene y se puede, enferma. El estrés enferma. Cualquier máquina que trabaja más de lo que su posibilidad puede dar, un día se rompe y necesita reparación y a veces hasta ya no sirve más porque es imposible repararla.

El cuerpo y la mente funcionan con un límite natural, si ese límite se sobrepasa, ocurren problemas. Por eso lo importante no es no estresarse sino entender porqué uno se estresa, se esfuerza, se pasa de revoluciones, se desborda, porqué se quiere dar y hacer  más de lo que se puede.

Es también importante el entender que atrás del estrés laboral, además del miedo y la desconfianza, en muchos casos está la ambición, no solo la relacionada con generar dinero, sino la de ser reconocido y valorado.

¿Nos damos cuenta del peligro que hay detrás de una actitud estresante?

Mucha gente hace tareas muy nobles, como atender enfermos, asistencia social, educar niños, ayudar a desamparados, defender inocentes, cuidar el medio ambiente y también se estresan. Esto es muy común entre políticos y personas que supuestamente bregan por el bien común. El estrés debido a la actividad que uno desarrolla, está vinculado con el esfuerzo y la exigencia y éstos con el miedo a la opinión de los otros y al juicio que uno tiene de sí mismo. Una tarea que se relaciona con un servicio a los demás implica un desinterés a la opinión externa y surge desde el corazón, sin la exigencia y sin el esfuerzo. Cuando está el estrés en dichas tareas es porque entonces es más importante uno mismo que la tarea solidaria que se realiza.

Estrés por enfermedad


La enfermedad asusta, a uno se le interpone la idea de la muerte, surge el temor al dolor físico y cuando éste se manifiesta hay tensión.

El temor genera tensión e inseguridad y se cree erróneamente que pensando se aliviana el temor. Cuanto más inseguro y temeroso uno se siente más piensa y es este exceso de pensamiento, este estar tan centrado en lo que a uno le sucede, es lo que estresa y agudiza aún más la enfermedad.

Este estrés, surge porque resistimos lo que sucede, ya sea dolor o el sabernos enfermos, limitados, incapacitados. Pensamos y pensamos en lo que nos pasa o bien rechazándolo: “¿porqué a mi?”, justificándolo o tratando de comprender, pensando y pensando, queriendo resolver ya, entonces no podemos dormir pensando obsesivamente cómo resolver y qué hacer para que esto se termine.

El estrés se genera por el exceso de preocupación, de tensión, por la presencia de un conflicto al que no se le vé salida, por una mente que no para de elucubrar, por no poder entregarse a la situación aceptándola creativamente, no resignado, sino con confianza en la vida, sabiendo que se hace lo posible y se va en la dirección correcta para aliviar y curar y que en el silencio de la mente puede surgir la solución no solo psicológica sino física.

La desesperanza, la falta de confianza, la sensación permanente de miedo, y el mismo estrés producto de todas estas sensaciones, agravan aún más los síntomas, la posibilidad y el tiempo de la curación.

Vale destacar que en lo que hoy se llama una “Nueva Medicina”, liderada por el Dr. Ryke Hamer ver http://www.free-news.org/, se trabaja la curación de enfermedades degenerativas, tales como el cáncer a partir de ayudar a eliminar el estrés generado por un conflicto psicológico debido a una situación traumática, que es justamente la que ha generado la enfermedad.

Estrés por separaciones, mudanzas, emigración, pérdida de seres queridos, vínculos difíciles…


La adversidad, el cambio, el romper una estructura conocida y cambiarla por otra, cambiar el lugar de residencia, de trabajo, una desavenencia con algún otro, una situación inesperada, situaciones tales como: “nos llevábamos bien y empezamos a pelear”, “tenía trabajo y ya no lo tengo”, “tenía dinero y se acabó”, “vivía en Bs. As. y ahora en Francia”, “estuvimos 20 años casados y nos separamos”, generan estrés.

Muchas de estas situaciones son difíciles de sobrellevar, son muy dolorosas e implican un gran sufrimiento, como pérdidas de seres queridos, accidentes, situaciones fatales…

Hay ciertos tipo de estrés que pueden manejarse y que es posible a partir de la comprensión, poder encontrar la manera de superarlo, hay otros más difíciles que implican un antes y un después en la vida de una persona, pruebas tremendas a las que hay que exponerse y a las que muchos han podido atravesar e incluso superar.

Es bueno recordar en este caso la situación límite que le ocurrió a una persona que luego escribió un libro en relación a su experiencia y a lo que llegó a comprender a través de ella. Le tocó presenciar el asesinato de su esposa e hijos por parte de la gestapo y en ese mismo instante según cuenta le surgió el pensamiento que tenía que elegir, entre enloquecer y quedar desahuciado para toda la vida o la posibilidad de conectarse con el sentimiento de autocompasión ante quiénes habían cometido ese crimen y en consecuencia un sentimiento de amor por la humanidad toda. Hay muchas personas que frente a situaciones límites pueden aprovechar esa circunstancia para que nazca algo nuevo, gente que frente a la muerte de un ser querido luego se dedica a generar una importante ayuda para la humanidad a partir de investigaciones médicas, tareas educativas y solidarias. El ser humano tiene en sí mismo las dos fuerzas el “Tánatos”, la de la muerte y el “Eros”, la de la vida. Las dos existen y uno puede tener la capacidad de discernir, de intuir, de dejar operar la inteligencia emocional y permitir que opere Eros, para que Tánatos pierda fuerza o desaparezca de operar en uno. Muchos lo han hecho; si en la raza humana es posible hacerlo, esto implica que nos es posible a todos poder elegir.

El dolor está en todo ser humano, está instalado en el inconsciente colectivo y hay situaciones que lo disparan con mayor o menor intensidad.

Poder aceptar el dolor amorosamente, sin la autocompasión, no con: “lo que a mi me pasa”, distiende.

El estrés surge cuando no se acepta la realidad, cuando se culpa a la vida, al otro, a las circunstancias.

Cuando una persona puede tener una cosmovisión y entender que su problemática no es suya, lo que “a mi me pasa”, “mi dolor”, “mi sufrimiento”, “mi pérdida” y entender que su problemática es la del ser humano en su totalidad, puede alivianar su dolor, su inseguridad, su estrés.

Lo real es que resistimos la vida, que nos estresamos y tensionamos. Tal vez poniendo una gran atención a lo que se siente y vive, sin el juicio frente a eso que uno “es”, sin enojo, sino comprensión que no es autocompasión, o lástima por uno mismo; tal vez ese estado de atención y la actitud amorosa frente a lo que a uno le sucede han de actuar curando heridas psicológicas, emocionales, físicas y dando la fuerza para que el Eros, la fuerza de la vida actúe en cada uno de nosotros.

Cómo se evita el estrés a través de la importancia en las pequeñas cosas de la vida


En Brasil la gente no se estresa o por lo menos se estresa poco, resulta llamativo pero es así, tal vez la mezcla de culturas, la descendencia africana, portuguesa, lo mismo ocurre en el Caribe.

Las personas que viven más en contacto con su cuerpo, sensaciones y menos en el plano del pensamiento, están menos estresadas. Esto no significa que los que viven en contacto con su cuerpo no se enfermen, porque la salud tiene que ver también con poder equilibrar todos los aspectos que hacen a una persona íntegra. La integridad está en la posibilidad de poder equilibrar nuestra capacidad reflexiva con la sensitiva.

En el mundo en el que hoy vivimos, hemos relegado la parte sensitiva, sensual, de la existencia. Hemos dado preponderancia extrema al intelecto y la inseguridad a la que estamos sometidos por nuestra forma de vida, que nosotros mismos elegimos, nos lleva a pensar incesantemente, teniendo un pensamiento mecánico y reiterativo que va en detrimento de la conexión con los sentidos y lo sensual. Hoy nuestra forma de equilibrarnos es poder encontrarnos con la sensualidad.

La salud tiene que ver, entre varios aspectos, con la capacidad de poder conectarse con la sensualidad, entendiendo por ésta al encuentro con los sentidos, las sensaciones. La sensualidad no tiene que ver con la seducción, sino con ser una persona relajada, capaz de estar presente en cada uno de sus actos sin la elucubración mental, sin un pensamiento de exigencia.

Cuando se puede percibir el pájaro que está en la ventana, de pecho amarillo y manchita roja en la cabeza comiendo unas migajas de pan, cuando se juntan flores y se adorna la casa, cuando se pueden lavar los platos y ver cada utensilio, estar atento al detergente, la esponja, a lavarlos correctamente, haciendo bien la tarea porque sí, cuando se puede apreciar la madera del techo, sus betas, la forma de los troncos, cuando se puede ver el color y la textura de las flores, cuando se puede enterrar la mano en la tierra para cambiar una planta de lugar, cuando se limpia la casa no fastidiado sino apreciando el orden, cuidando cada detalle, cuando se cocina deleitándose con cada verdura, con sus colores, sabiendo de dónde vienen, cómo crecieron, apreciando los granos de un cereal, cuando se juega con el hijo pequeño… cuando todo esto ocurre, se está aportando a la vida, se está siendo responsable frente a la existencia, se está viviendo en consonancia con un orden que va más allá del personal, que es del Universo todo.

En la película “El Aroma de la papaya verde” se ve algo de todo esto, la protagonista queda maravillada frente al paso de una hormiga, frente a la gota de jugo que sale de una papaya madura y se detiene extasiada frente a esas imágenes. ¡Qué poco tenemos de todo esto! Vivimos en un mundo del hacer y el hacer, donde no existe la contemplación. Ese hacer nos dá rédito frente a la sociedad; nadie es reconocido por mirar embelezado una hormiga o por mirar hacia el cielo viendo el paso de las nubes.

¡Cantar, bailar, poner los pies en el agua, oler las flores, caminar y mirar solamente el color del cielo!

Tenemos una mente productiva y mercantilista, creemos que solo en vacaciones podemos desconectarnos, tenemos tan arraigado el concepto del trabajo que creemos que solo es útil el tiempo productivo, el que se usa para generar dinero. No nos damos cuenta de lo necesario para nuestra salud física y psicológica de la importancia de estar en cada momento y en cada acción percibiendo atentamente lo pequeño.

Parece muy raro ver a alguien hoy que cocine, que limpie su casa contento, arreglando sus plantas, mirando el cielo o las estrellas, y verlo todos los días, no una semana al año cuando se va de vacaciones.

Cuando se aprecian las pequeñas cosas de la vida, no hay estrés, hay sensaciones, sentidos, integridad.

En el “I Ching”, un libro muy antiguo, en el cual se refleja la filosofía del Extremo Oriente, que tiene que ver con el taoísmo, cuyas enseñanzas están basadas en el conocimiento y apreciación de las Leyes del Universo y de la Naturaleza, se habla de dar valor a “La Preponderancia de lo Pequeño” y dice textualmente: “Quien en tiempos de lo extraordinario no sabe detenerse en lo pequeño e inquietamente pretende avanzar más cada vez, atrae sobre sí el infortunio, puesto que se aparta del orden de la naturaleza”.

Cuando como la naturaleza vamos dando tiempo a todo lo que va aconteciendo, cuando nos tomamos el tiempo para cada una de las pequeñas cosas de la vida y no pretendemos apurar procesos, así como no se apura la naturaleza para hacer florecer los lirios antes de la primavera, ni se pretende que los duraznos florezcan en otoño y un bebé de 6 meses camine, así nosotros, seres humanos, necesitamos comprender que no podemos vivir haciendo más de lo humanamente posible y dentro de eso “humano” está la necesidad fundamental y la importancia de darnos el tiempo para la contemplación, el gozo, la celebración y la sensualidad.

Vale también recordar las palabras del poeta norteamericano Walt Whitman:

…”Me gusta olfatear las hojas verdes y las hojas secas, las rocas negruzcas de la playa y el heno que se apila en los pajares…Me gusta besar, abrazar y alcanzar el corazón de todos los hombres con mis brazos…”.

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